Tu EBITDA es tu mejor KPI de sostenibilidad (aunque nadie lo diga)
Empecemos por lo incómodo: sin beneficios, no hay sostenibilidad
Puedes tener un departamento de sostenibilidad lleno de PowerPoints, informes de huella de carbono, técnicos midiendo emisiones y campañas de RSC que parezcan sacadas de un catálogo de ONG. Pero si tu cuenta de resultados no está en verde (en números, no en intenciones), todo eso es humo.
El indicador más real, más tangible y sin maquillaje que tú —como CEO, DG o responsable de sostenibilidad— deberías mirar primero, no aparece en casi ninguna memoria ESG. Ese KPI se llama EBITDA. Y si todavía le das menos peso que al último benchmark de reciclabilidad del packaging, tienes un problema.
El EBITDA no es una métrica financiera fría: es el alquiler que pagas por tener libertad de maniobra. Sin él, tu capacidad para generar impacto positivo es cero. Repítelo contigo mismo: sin margen operativo, no hay sostenibilidad.
El greenwashing nace cuando el EBITDA tiembla
¿Cuándo aparecen esas campañas impostadas de sostenibilidad que huelen más a marketing que a compromiso real? Exacto: cuando los márgenes se estrechan, las operaciones crujen y toca hacer malabares financieros. En ese contexto, la sostenibilidad no es palanca de transformación: es maquillaje corporativo.
Según el informe Decoding Corporate Greenwashing[6], muchas compañías enfrentadas a dificultades financieras terminan priorizando apariencia sobre acción. Porque cuando no puedes pagar facturas, menos aún puedes transformar tus procesos o cuidar tu cadena de suministro. ¿Eficiencia energética? Imposible. ¿Transparencia social? Olvídalo. ¿Innovación circular? Sólo para la nota de prensa.
Es simple: si no defiendes tu EBITDA, no puedes defender el planeta.
Sostenibles de verdad: las empresas que ganan en todos los frentes
Hay empresas que no sólo presumen de sostenibilidad: la hacen rentable. Mira a Patagonia, que canaliza su rentabilidad hacia la regeneración de ecosistemas. Mira a Interface, que transformó radicalmente su modelo hacia la descarbonización. Mira a Ikea, que invierte en circularidad a enorme escala. ¿Elemento común? Generan EBITDA, y mucho.
Y no se trata sólo de multinacionales conocidas. El caso de ACCIONA es ejemplar: en los últimos años ha pasado de que el 54% de sus ingresos provinieran de actividades sostenibles al 90%[5]. Eso no lo logras con presupuestos justitos ni con pirotecnia de marca. Lo logras porque tienes músculo financiero que te permite alinear estrategia y propósito.
¿Impacto real? Sólo si puedes financiarlo. Y eso se llama rentabilidad.
La sostenibilidad no es filantropía. Es estrategia (bien ejecutada)
Si piensas que sostenibilidad es lo que hace el departamento de Comunicación o un gasto de RSC que hay que justificar cada trimestre, estás atrapado en el siglo XX.
La sostenibilidad no es una línea opcional, es una decisión estructural. ¿Por qué? Porque mitiga riesgos, reduce costes, fideliza talento clave, mejora tu relación con reguladores y te posiciona frente a inversores que ya no aceptan cuentos chinos.
La normativa CSRD[7] viene como un tren, y exigirá a tu compañía reportes detallados y auditables sobre impactos ambientales y sociales. No se trata de parecer responsable; se trata de demostrar, con datos, cómo impactas en el mundo. Y para responder a eso, necesitas sistemas sólidos, personas formadas y tecnología. Nada de eso es barato.
¿Ves hacia dónde vamos? Sin EBITDA, no cumple ni Pepito y sus métricas alternativas.
Pregúntate esto: ¿podrías escalar tu impacto mañana?
Imagina que mañana se desbloquean todos los fondos de inversión climática, el marco regulatorio se vuelve 100% favorable y la demanda de soluciones sostenibles crece un 300%. ¿Estás financieramente preparado para mover ficha?
Si la respuesta es “aún estamos validando pilotos”… mal. Si la respuesta es “no tenemos capex asignado este año al área de transición”, peor. Porque entonces no eres un actor del cambio. Eres un comentarista.
Tu punto de partida no es tu huella de carbono; es tu capacidad de escalar cuando el momento llegue. Y eso lo mide una sola cosa: tu EBITDA.
No escondas el EBITDA en tu memoria ESG: ponlo en la portada
Hay una hipocresía instalada en muchas compañías que juegan al juego ESG con trampa: hablar de carbono, diversidad o circularidad, pero esconder su rentabilidad en el anexo financiero. Como si fuera incompatible con hacer el bien.
Grave error. Tu EBITDA no es algo que debas justificar. Es tu mejor argumento. Muestra un mensaje claro: “Somos rentables, por eso podemos hacer las cosas bien”.
La sostenibilidad sin rentabilidad es caridad. Y la caridad no transforma modelos económicos, apenas mitiga síntomas.
Si quieres que tu propósito escale, que tus compromisos se cumplan y que tu legado supere tu mandato, empieza por dejar de dar vergüenza por ganar dinero. Lo contrario se llama postureo operativo. Y eso hoy ya no cuela.
Conclusión: el KPI que ya tienes y que nadie quiere mirar
Mientras todo el mundo corre detrás de taxonomías imposibles y frameworks de sostenibilidad con más siglas que impacto, tú tienes delante el KPI más estratégico y el más olvidado: tu EBITDA.
Es el indicador que te dice si puedes ejecutar, si puedes escalar, si puedes anticiparte. Los demás son importantes para afinar, pero este marca si juegas o miras desde la grada.
Cuídalo. Protégelo. Hazlo crecer. Y luego, cuando lo tengas, úsalo como base para financiar la transición que quieres ver en tu sector.
Porque sin EBITDA, no tienes sostenibilidad. Tienes storytelling corporativo.
